lunes, 12 de abril de 2010

PAULETTE. Entre lo público y lo privado.

A principios del mes de abril se publicaron, en algunos periódicos de la ciudad de México, los resultados de la necropsia oficial sobre la forma como murió Paulette. Ella falleció, según el peritaje, sin violencia por parte de nadie. Ella se asfixió debido a la posición en la que se encontraba su cuerpo. Lo cual quizá sea factible dada la incapacidad física de la niña, pero entre el se asfixió (por ella misma) y la posibilidad de que alguien hubiese ocasionado que se asfixiara puede haber muchas hipótesis. Miguel Ángel Granados Chapa en su programa de análisis político y cultural, Plaza pública, del 7 de abril en radio UNAM refirió el peritaje publicado por el periódico Reforma y criticó la actuación tanto del procurador como de la procuraduría a su cargo. Alberto Bazbaz y su grupo han puesto de manifiesto, otra vez en este país, que la justicia además de ser algunas veces una puesta en escena, un reality show, (según la capacidad política y económica de los involucrados o el interés amarillista del público) es también una utopía, un sueño permanente de los mexicanos. El periodista dijo que tres factores se han mezclado aquí para ilustrar la mala calidad de la procuración de justicia: el económico, el político y la impericia en lo conducente a las averiguaciones del caso. La torpeza profesional con la que se llevó a cabo la investigación, a todas luces sui géneris, se evidencia desde el lugar de los hechos (recámara de Paulette), sitio que en lugar de haber sido preservado por parte de las autoridades se utilizó con negligencia para hospedar a familiares y amigos y como espacio para entrevistas. Si había algún responsable en la muerte de Paulette, estos tres factores se acumularon para distraer e impedir una investigación eficaz.

De las cuatro personas involucradas en la tragedia (mamá, papá y dos nanas), la figura de la madre es a todas luces (y cámaras) la que ha causado más atención y polémica. El principio de presunción de inocencia garantiza: nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario, sin embargo ella ya ha sido juzgada y condenada tanto por la sociedad como por su marido. Según lo que alcanzamos a visualizar de ese microcosmos familiar, enrarecido y decadente, ambos padres podrían haber sido culpables de su muerte o en su caso de la manipulación del cuerpo tanto para acometer su desaparición como para promover su hallazgo en el propio lecho. ¿Cuáles son las faltas que esta sociedad no le perdonó: su actitud fría, indiferente, sin lágrimas, sin expresión de dolor por su hija desaparecida?, ¿cuáles fueron las culpas que el padre de sus hijas le castigó al señalarla y dejarla sola el día del entierro?, y que dicho sea de paso, ¿no era también suyo el amor hacia la niña y por lo tanto, más allá de querellas privadas, lo inscribía en el deber moral y amoroso de estar presente en el entierro de su hija? No es mi intención hacer parecer a Lisette Farah como víctima pues no sabemos cómo ocurrieron los hechos ni cómo es ella verdaderamente (y quizá no lo sabremos), pero podría ser que no fuera la culpable, sin embargo la antipatía y rechazo social que ella misma se generó aunado a lo que los medios divulgaron sobre ella la han puesto en el banquillo de los acusados.

¿Qué condena y cómo condena la sociedad?, ¿cuáles son los delitos, las faltas, los pecados que esta sociedad fustiga con mayor vigor? ¿Qué condena y cómo condena, en este caso, el marido a la esposa de manera pública? ¿Cómo y por qué se desplazan las problemáticas humanas desde lo privado hacia lo público? Entre el individuo, la comunidad y el Estado se entretejen hilos de diverso calibre que formulan lo privado y lo público. Este asunto, en principio del orden de lo privado, se filtró en forma sorpresiva y rápida hasta los más complicados andamiajes del espacio público. En los laberintos de este entramando se fotografiaron carencias y miserias individuales, se develaron los conflictos dentro de una familia y se hicieron evidentes, una vez más, las deficiencias y minusvalías en la procuración de justicia del Estado mexicano.

Esta problemática se puede visualizar, en muchos sentidos, como una cuestión ética, tanto a nivel individual como de la sociedad y del Estado. ¿Cuáles son los valores morales que en este caso se ventilan: la mujer y sus deberes; el círculo que rodea a un hijo entre mamá y papá, entre los deberes maternales y los deberes paternales; la incapacidad física de un ser humano y los cuidados que otros (en este caso los padres) están obligados a proveerle; la infidelidad en una pareja? Y más allá de esto, qué género es el más castigado por la sociedad, tanto por su congénere como por el que no lo es. ¿Quién resulta ser más penalizado, en términos generales, la mujer infiel o el hombre infiel, una mala madre o un mal padre? Y en este punto habría que preguntarse también si hay diferencias en la forma de calificar a un hombre o a una mujer como mal papá o mala mamá. En resumen, qué pesa más en nuestra sociedad lo público o lo privado; la paternidad o la maternidad; lo femenino o lo masculino; el individuo, la sociedad o el Estado.

La capacidad del Estado mexicano para operar con justicia ha quedado nuevamente en entredicho y a falta de una mejor alternativa la sociedad simplemente gesticula. Aunque no es capaz de exigir al Estado, en forma determinante, la expedita y eficaz procuración de justicia, sí se levanta como la gran juez con base en lo que escucha, mira y percibe en el lenguaje no verbal de “los acusados” y en las declaraciones veraces y/o falsas tanto de los procuradores de justicia como de los actores, principales y secundarios, y por supuesto de los medios masivos de comunicación, en su mayoría mercantilistas y tendenciosos.

Y me vuelvo a preguntar: ¿está lo público por encima de lo privado o viceversa? En este caso en concreto, me parece, el ámbito de lo público cubre las entretelas de lo privado, lo envuelve, casi lo oculta; si bien paradójicamente la vida privada de una familia que había vivido salvaguardada por su estatus económico, social y político ha quedado, sin más, al descubierto. El Estado se encarga de dar mayor peso a lo público y la sociedad lo atestigua, lo aprueba, lo consolida; el Estado y la sociedad son copartícipes en la gestoría de los asuntos públicos y en la marginación o integración de los privados. Por encima de los intereses privados sobreviven las razones públicas. Sin embargo, deseamos estar, creemos vivir en un mundo donde el ser humano ha podido conquistar y fortalecer sus derechos individuales por encima del poder político y económico del Estado. La lucha entre lo público y lo privado es pues y quizá sea por siempre un conflicto insoluble, inherente a la condición humana. Lo positivo de está lucha interminable podría ser (desearíamos que fuera) un debate fructífero que engendrara mejores seres humanos y que nos dejara, al final del día, con las manos y los ojos más llenos que vacíos. Ya lo dijo George Steiner en su libro Antígonas “(…) las constantes principales de conflicto propias de la condición del hombre (…) son cinco: el enfrentamiento entre hombres y mujeres; entre la senectud y la juventud; entre la sociedad y el individuo; entre los vivos y los muertos; entre los hombres y Dios (o los dioses)”. Y todos ellos “se definen en el proceso conflictivo de definirse el uno al otro.”